Vamos a plantar árboles!!!

Vamos a plantar Amor a los Árboles, sembrando respeto a sus Vidas, y aprendiendo de sus Sabidurías.

sábado, 23 de mayo de 2020

Pareidolia


Como ya les conté, me encanta viajar, descubrir mundos nuevos, soy una curiosa insaciable. Estuve en muchísimos lugares poco ortodoxos, digamos que mi turismo no es el tradicional de las grandes capitales del mundo.



Últimamente, se me ha dado por ir a visitar árboles majestuosos. O dicho de una manera más apropiada, ellos se han presentado en mis diferentes viajes, sin demasiado anuncio, ni previo aviso. Me voy enterando al paso, de sus añosas históricas existencias, y apenas debo desviarme unos cientos de kilómetros, para ir a conocerlos. 




La primera vez, estaba yo en México, cuando alguien me habló del Árbol de Tulle, en Oaxaca. Miré el mapa (porque soy de las que aún andan con el papel plegado en la mochila), y distaba apenas unos trescientos kilómetros de donde me encontraba. Una suma de colectivos locales me fue llevando al pueblito en cuestión, y una mañana muy temprano, me encontré delante del santo ejemplar.



No podía dejar pasar la oportunidad de ver el árbol con la circunferencia de tronco, ¡más grande del mundo!. Se necesitan treinta personas, con sus brazos extendidos, para rodear los catorce metros que lo componen. 


Además de su curiosa forma, como si varios troncos bifurcados se unieran entre sí para formar un único pedestal. Entre sus líneas verticales, o lo más parecido que a esa dirección fuera, se dibujaban caras y esfinges como de animales mitológicos, mezcla de monstruos, brujas y otros bichos raros, alucinantemente reales. 



Se llama pareidolia, ese extraño proceso de nuestras mentes, para captar formas humanas o animales, en diversas superficies, o en las nubes. Así es como en ese tronco, pude distinguir varios duendes, un lagarto, dos delfines, y ¡hasta un elefante! 






Su copa, no menos llamativa, con sus cincuenta y ocho metros de diámetro, y a cuarenta y dos del piso, puede albergar hasta quinientas personas, bajo su sombra. 


¡Imponente!, aunque humildemente callado, tras una alta reja perimetral, para evitar que los visitantes acariciemos su corteza o pisáramos sus enredadas raíces expuestas. ¡Quedé fascinada! Algunas ramas vigorosas, parecían flotar hacia  el cielo, otras, ya fatigadas por el peso del oscuro follaje, 



se posaban hasta encontrar reposo en la reja circundante, casi incrustadas en la misma, desde hará vaya a saber cuántos años. La chapa de presentación de la especie, a la entrada de la capilla aledaña, habla de dos mil años de antigüedad. O sea, que cuando el niñito Jesús era apenas un crío, el Tulle, ya se venía asomando al mundo. La diferencia es que uno fue historia a sus treinta y tres, y éste hace rato que sigue presente, deleitándonos a quienes tenemos la oportunidad de conocerlo en directo.


Y vos, ¡lo conocías?  te recomiendo, que cuando puedas, no dejes de visitarlo.
                                                          ¡Es admirable!

Y hasta un próximo encuentro con árboles notables....   Chau!






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