Hoy les voy a contar de
Araucarias.
Un árbol muy particular que crece
en los alrededores del Volcan Lanín, y un poco más allá también. Es decir, en
la Patagonia Argentina, y en Chile también.
Hay varias especies diferentes en
sus formatos y tamaños, pero todas parecidas, en sus hojas duras y pinchudas.
Algunas con ramas que descienden como los abetos, y otras, con ramas como
candelabros.
Como yo sí vivo en la Patagonia, encuentro
araucarias muy a menudo, paseando en los bosques. Aunque también las puedo
encontrar valiosos añejos ejemplares, en mi misma ciudad. Aún quedan algunos…. Pocos,
porque el avance inmobiliario, las elimina sin ningún miramiento ni respeto.
Uno de ellas, era una enorme, que se hallaba en la
misma cuadra del Banco, en el lote de un prestigioso restaurant. Al parecer, el dueño del restaurant, vendió
el terreno a una constructora, para un proyecto de edificio de tres pisos, como
ahora autoriza el nuevo Código de Construcción. Por supuesto, a los pocos días,
demolieron el restaurant y con él, desapareció la gigante araucaria centenaria.
Sin
sospechar su terrible “no futuro”, el verano anterior a la transacción, mi
amigo Bernard y yo, habíamos recolectado cientos de piñones (como se nombra a
las semillas de esa especie) que yacían a sus pies, unos cuantos metros
alrededor. ¡Tan generosa es la Naturaleza! O tanta necesidad de reproducirse
tendría, intuyendo quizás, su pronto final.
Lo
cierto es que llenamos un centenar de potes, y alineándolos en el balcón del
vagón, les sembramos los piñones, como habíamos aprendido en un tutorial de
internet: con la colita para arriba, asomándose sobre la tierra sombría y bien
húmeda.
Con buenas intenciones, a modo de deseo de la suerte, les agregué sobre
cada pote, un honguito rojo de plástico, adornito del pasado arbolito de
Navidad. Quedaba divertido y muy vistoso, aunque la idea del plástico, ya se
peleaba en mi cabeza. Pasó el invierno, y a mediados de Diciembre, comenzaron a
asomarse los primeros brotes. ¡Qué Alegría! ¡Qué hermosa sensación la de ayudar
a dar vida! Seguramente, si se hubieran
quedado tirados en el piso, hubieran sido pisoteados por la topadora o tirados
a la basura al barrer. ¡Y hoy en día, habría cien araucarias menos en el
Planeta!
Día a día, cuando los riego, no puedo
dejar de pensar en la palabra “sobrevivientes”. Entonces cambio a una expresión
más dulce, para evitarles trastornos psicológicos (Para loca, ya basta con la
parlante, ja!). Les llamo “mis bebés”. Hace algunos meses, les cambié a todos
los zapatitos por potes más grandes, para que estén más cómodos, a medida que
sus raíces se extienden, anidándose en las profundidades, mientras ellos se
desperezan hacia el sol.
Ahora puse los cien potes, en una linda
ronda alrededor de un ciprés que se está muriendo, de alguna extraña infección.
Para que le hagan compañía, y ¡para que lo impulsen a crecer! Para que ellos
tomen ejemplo adelantado de saber a qué
alturas llegarán.
Cada visita que viene a mi jardín, se
sorprende alegremente, al ver la extraña nursery. Entonces le ofrezco un pote
de souvenir, a modo de adopción, con el compromiso de eterno cuidado.
Sería imposible quedármelos todos, ya que
a medida que crecen, voy a necesitar trasplantarlos a tierra firme en espacios
más grandes. Por de pronto, ya regalé muchos ejemplares a varias escuelas y
otras instituciones, donde sé que serán mimados, ¡como en casa!
Me he encariñado con
ellos, como si de cachorros se tratara. En realidad, no sé de qué me sorprendo,
porque me pasa lo mismo, con cada arbolito que planto. Aunque no es lo mismo,
traerlos ya creciditos de algún vivero, o del bosque, ¡que verlos crecer desde
un piñón!
Al fin y al cabo, dicen.... Tener hijos, Escribir un libro y Plantar un árbol....
Vos, ¿cuán prolífico sos?
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